jueves, 12 de julio de 2012

Meditación y pensamientos

Una cuestión que parece ser capital en lo que se refiere a la práctica de la meditación consiste en qué hacer exactamente con los pensamientos. Algunas personas dicen que para meditar hay que apartarse de los pensamientos y "dejar la mente en blanco". Definen la meditación como un ejercicio consistente en no pensar. Sin embargo, existen tipos de meditación, consistentes en centrar la atención en ciertas ideas o dejarse llevar por una "guía", que requieren un papel activo del pensamiento. Por otro lado existe la tendencia a considerar que la meditación no consiste en dejar la mente "en blanco", sino en el desapego hacia los pensamientos (y hacia todas las sensaciones, emociones y percepciones); en "dejar ser y pasar" todo cuanto acontece durante el estado meditativo sin intervenir voluntariamente ni para producir ni para eliminar ningún fenómeno en la conciencia. La idea consiste en identificarse con la conciencia en sí misma, "el observador", y permanecer atentos y observando todo cuanto sucede sin juzgarlo como bueno o malo ni actuar al respecto.

Personalmente esta última aproximación a la meditación es la que me parece más oportuna, cuanto menos en un comienzo. Si tratamos de contener la mente, de evitar el pensamiento, entonces producimos una tensión que no somos capaces de gestionar y sólo podemos permanecer en estado meditativo por intervalos cortos, que dependen de nuestra capacidad circunstancial para abstraernos. Además, junto a la noción de "no pensamiento" subyace que "penasmiento=negativo" y por más que queramos ser ecuánimes al apartar los pensamientos, si somos fieles al precepto, hemos de entender que lo que ha sucedido no era lo que debía suceder, porque se supone que habíamos de dejar la mente en blanco y no lo hemos hecho. Una ilustración que me dirigió hacia este modo de concebir la meditación compara este proceso con la cuerda de un instrumento musical. Si tensamos en exceso la cuerda (forzamos nuestra atención a fin de evitar todo pensamiento) el exceso de tensión rompe la cuerta/el estado meditativo. Si, por el contrario, la cuerda está excesivamente relajada (dejamos que nuestra atención vague sin concentrarnos en identificarnos con ella), entonces el sonido que produce la cuerda es demasiado débil. Creo que este ejemplo de lo que es la meditación indica muy claramente que no podemos cerrarnos en banda a cualquier pensamiento, sencillamente tenemos que dejarlos venir y pasar. Así pues, los pensamientos durante la meditación, no son algo "malo", a evitar; forman parte de nuestro entorno psíquico igual que nuestras emociones, sensaciones y percepciones, y también pueden ser tratados desde una observación ecuánime y desapegada. No hay nada especial en los pensamientos como para considerar que debemos eliminarlos de la meditación en tanto que aceptamos todo lo demás.
Profundizando en esta concepción de la meditación, me he encontrado con unos pensamientos que podríamos denominar "acordes", es decir, de acuerdo con el estado que deseamos alcanzar. Son pensamientos que sintonizan con el estado meditativo, por lo que podemos decir que son parte de él, pero, por otro lado, no dejan de ser pensamientos. No podemos identificarnos con ellos pero tampoco podemos dejarlos simplemente escapar en tanto que formulan precisamente eso que andamos buscando. Por otro lado, meditando en esta dirección, he notado cómo los pensamientos absorben una cantidad de atención enorme, que sustrae gran parte de la conciencia de todo lo demás, mientras que un sonido, una sensación, la respiración, coexisten pacíficamente ocupando cada uno su cuota de atención. Si sumamos ambos factores (la identificación con el pensamiento y la enorme tasa de conciencia que ocupan), efectivamente estamos arruinando el estado de observación que al que presuntamente nos invitan estos pensamientos. ¡Qué paradoja!
Desde un punto de vista lógico, tal vez esto sea un poco peregrino, pero estamos hablando de meditación, y no de lógica. La cuestión de "qué hacer con los pensamientos", así como cualquier otra sensación surgida de las experiencias con la meditación, resultan algo bastante absurdo si se observan como cuestiones que sometidas a un análisis formal deben alcanzar algún punto de resolución. Sólo a través del ejercicio comprendemos su naturaleza y los inconvenientes que ocasionan. En este caso, la paradoja de los "pensamientos acordes", la he resuelto tan pronto como, después de una meditación truncada por este motivo, me puse a pensar dónde estaba el error. La cuestión es que los pensamientos acordes, pese a su validez formal, en tanto que corresponden con lo que consideramos oportuno, no son en sí mismos lo que consideramos oportuno. Es decir, cuando en nuestra mente aparecen ideas tales como "no juzgues", "déjalo ser", "observa", "no eres esto, eres el observador", no podemos sujetarnos a ellos pese a su validez. Sería el extremo opuesto a la voluntad de dejar la mente en blanco; si en ese caso un pensamiento era implícitamente negativo, en este caso, un pensamiento acorde es implícitamente positivo y nos estamos aferrando a él. Así pues, podemos considerar los pensamientos acordes como carteles que apuntan en la dirección correcta. La aparición de un pensamiento acorde nos puede tentar a concentrarnos en él, por su validez, pero si lo hacemos, estamos abandonando el camino para montarnos en el cartel que lo señala, y esto no es lo que queremos. Podría esto conducir a "no te montes en el cartel", "eso tampoco eres tú", etc., creando una nueva hornada de "pensamientos acordes", pero creo que basta la voluntad de no reseguir estos pensamientos, desde la conciencia de que son igualmente pensamientos y pese a su validez nuestra atención debe seguir observando todo cuanto sucede, para no perderse en ellos. De lo contrario lo que hacemos es precisamente lo que estoy haciendo ahora: pensar sobre la medtiación, pero no meditar.

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